jueves, 30 de mayo de 2013

LA GRANJA; huida

Antes de conocerte cerrar los ojos era negro. 


Era desaparecer en medio de esta nada.
Nada hueca, vacía, mediocre, trágica.
El miedo palpitando en la sien y bajando hasta mis pies,
obligándome a correr despavorida a cualquier lugar diferente, lejos.
Lejos del tedio que retorna en temor.

Antes de conocerte no escuchaba el viento,
por eso no pude sentir la brisa que anunció tu llegada.

Antes de conocerte mis días se acumulaban,
uno detrás del otro, en la línea de este horizonte mudo,
creando un muro en el que mi marcha se estrellaba.

Antes de conocerte yo no era yo, pero tú si eras tú.

El día que apareciste en aquella camioneta y hablaste con mamá...
tu sonrisa era diferente. Porque era.

Aquí nadie sonríe,
en esta tierra densa se subsiste apretando la mandíbula.
Mi boca se abrió de par en par, alucinada,
y tu sonrisa se hizo más ancha,
desarmando mis trapecios,
desgarrando la dureza de mi cuello,
abriéndome el pecho.

Ahora la pienso...
y tu sonrisa sigue rasgando las grietas de esta granja enferma.

Antes de cerrar mi boca,
un mar de oxígeno chocó contra mi lengua y llegó hasta mi ombligo.
Un golpe de cielo y toda mi carne abierta hacia el mundo.
El mundo. Todo lo que hay fuera de esta granja.
Tu sonrisa declarando que lo diferente existe.
Existe. Existe. Existe,  me susurra suave tu sonrisa.
Las voces amargas de mamá,
dramáticas, patéticas, son sólo voces.
Sus voces.  Ecos del sueño muerto que hay en su ojos.

Fuera de la granja tienen que existir miles de estas sonrisas.
Miles de sonrisas habitando la ciudad de donde viniste.

Evoco tu sonrisa y planeo la huida sin el metal en mis piernas, 
sin la bala en mi estómago. 
La goma seca de mi lengua es ahora
la cascada mojada que alivia el pensamiento.

Ahora puedo irme, porque gracias a ti, cerrar los ojos es blanco.


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