Sola
El día que me fui no podía respirar.
Caminaba
sola por la calle y cada acera era un precipicio. Despertarme sin
querer abrir los ojos para ver tu ausencia en la cama vacía donde
dormir era imposible. Tener que tirar las sobras de comida porque no
sé cocinar para uno. El uno sobre mi espalda acompañándome al
cine, al teatro, a todos los sitios donde me obligaba a ir sin ti.
Ordenar el orden una y otra vez. Limpiar la cocina sabiendo que la
soledad no ensucia. Espacio libre en mis armarios y el olor a
derrota llenando los huecos como polillas. Comer viendo el
telediario que me deprimía menos que el silencio de la casa vacía.
Llegar a casa y tragarme los pequeños logros de mi día. Domingo a
la tarde paralizada de melancolía en el sofá. Volverme loca al
pensar en la llegada de Julio sin un viaje para escapar, porque viajar sola no era escapar, era desplazar mi congoja.
Solo
Tenerte al lado, tirando de mí con tus cuerdas invisibles, era insoportable. No podía aguantar tu mirada expectante cuando nos levantábamos el sábado a la mañana. Odiaba tener que cocinar la insípida comida sana para dos. Un coñazo tener que separar los calzoncillos de mis pantalones antes de poner la lavadora. Emparejar los putos calcetines antes de meterlos en el cajón. ¡Compartir el maldito cajón! Planear algo especial el domingo a la tarde que tapara la melancolía, tu melancolía. No soportaba cenar con la tela apagada para que tú me contaras tu gran día. Y peor aún aguantar las ganas de vomitarte cuando te contaba el mío, cambiando pequeños detalles cada día para que mi rutina no te amenazara. Qué horror tener coger un avión cada verano porque las vacaciones en mi pueblo no eran vacaciones.
Sola
Después de un tiempo, miré por primera vez la habitación que me rodeaba, y advertí que ya no esperaba nada, cuando contigo siempre lo esperé todo. Todo. Miles de cosas maravillosas que pensaba podían suceder en pareja.
Después de un tiempo, miré por primera vez la habitación que me rodeaba, y advertí que ya no esperaba nada, cuando contigo siempre lo esperé todo. Todo. Miles de cosas maravillosas que pensaba podían suceder en pareja.
Una
tarde lluviosa, después de dos meses de llorar, algo se colocó
sutilmente entre mis lágrimas y el reflejo de la calle en la tele.
Como si la lluvia me diera permiso para aburrirme mortalmente
mientras el detective Colombo resolvía otro caso. No sé porqué
suspiré de alivio y la respiración volvió a mis pulmones.
Salí a caminar por la calle y nos encontramos. Estabas muy guapo,
pero el asombro lo llenó todo al comprender que ya no te quería.
Una
noche , mientras comía con la tele puesta, tuve que ir al baño a
vomitar y decidí no comer más delante del telediario. Empecé a
comer con la tele apagada y en el silencio de la casa escuchaba
ruidos. Después de un tiempo mis calzoncillos apestaban, así que
empecé a separarlos antes de poner la lavadora. Cuando
llegaba a casa buscaba algo en las habitaciones y luego cenaba. Por la noche las polillas del armario me despertaban. Un
domingo a la tarde, me sorprendió lo incómodo del sofá, y tuve
que organizar una merienda con amigos en el Retiro.
Pasaron
más semanas y un día lluvioso, viendo a Colombo en la tele me
acordé de ti. De cuanto te gustaba ese detective raro y de lo que a
mí me molestaba. Algo sutil presionó mis pulmones y tuve que a
salir a pasear a la calle. Cuando nos encontramos , a pesar de tus
ojeras, tuve que reprimir las ganas de suplicarte que volvieras.
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