La miseria quemaba mi mente y me lanzaba hacia fuera
buscando en cada rincón la vida que veía,
sintiendo su carencia en el tuétano de cada uno de mis huesos.
Un día el agotamiento bajó mi mirada y lloré la tierra.
Al despertar te vi mirándome sin palabras.
Hundido en tus pupilas respiré el río de tu cuerpo,
el deseo de dártelo todo quemaba mi pecho.
Para que tú la sintieras abrí mi alma para darte la vida,
esa vida que siempre busqué y que ahora salía en estampida
de cada uno de mis órganos para que tú la bebieras.
Ahora camino el mundo,
si necesito algo, no lo busco,
te lo doy a ti, vida mía.
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