Lucía camina por la calle atestada de luces. Sus pasos son lentos en comparación con la multitud que corre de un lado a otro haciendo las compras navideñas. Ha de preparar este año la cena de nochebuena, pero se siente perdida. Desde pequeña adora la Navidad, pero, ¿qué va a celebrar este año si ya no tiene trabajo? No quiere que su familia se preocupe por ella, por eso ha decidido invitarlos a su casa, para demostrarles que está bien. Pero fingir ante ella misma es más difícil. Ojalá no la afectara tanto estar en el paro, pero no puede evitar sentirse decaída. Serán las primeras vacaciones de Navidad que no terminarán nunca, piensa con amargura. Recuerda que para ella el espíritu navideño siempre ha sido la alegría. Pero mira alrededor -la gente, las luces- y no ve alegría en esa multitud enardecida. ¿Cómo va a hacer para agasajar a su familia ahora que no tiene trabajo? Le duele haber perdido la ilusión navideña. El frío despierta a Lucía y su mente vuelve a la Gran Vía madrileña. Se para a descansar en mitad de la acera y se queda mirando a una familia. El padre lleva a un bebé de varios meses en una cangurera y la madre lleva de la mano a una niña de unos cuatro años. La niña ve globos y le pide a la mamá, pero ésta niega con la cabeza y la niña queda triste. La mamá y el papá se miran resignados y en esa mirada Lucía comprende el gran esfuerzo que todos los que hay a su alrededor hacen cada día para sobrevivir. De pronto mira a la multitud y se siente menos sola. Observa a las familias, a los jóvenes, a los abuelos, y cuando ve a alguno de ellos sonriendo, algo se enciende dentro de Lucía. Comienza a percibir la enorme valentía que implican esas sonrisas, pues todos ellos son supervivientes de la crisis. Comprende el coraje que hay que tener para a salir a celebrar, a ilusionarse con las luces, con las garrapiñadas, con la Navidad. Lucía vuelve a observar a la familia de los globos frustrados, que ahora ríen con un mimo callejero. La niña mira al mimo entusiasmada y los papás miran a su hija con satisfacción. Lucía siente el corazón latiéndole fuerte en el pecho. Mira a la multitud que la rodea y se siente capaz de amarlos a todos. Ya no ve gente enardecida, ve gente valiente. De pronto sonríe y toma una decisión. Tirará de ahorros y preparará una gran cena para su familia. Ella también tiene mucho amor que celebrar a pesar de las dificultades. Lucía acelera el paso mientras piensa: somos héroes y heroínas, todos nosotros somos héroes y heroínas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario