Ana ha nacido en una familia de artistas. Su madre pinta y toca el
obóe, su padre es escultor y su hermano pequeño dibuja cómics.
Ella no se queda atrás, además de ser bailarina, escribe novelas
policíacas. Ahora Ana tiene 32 años y está en el momento más
estable de su carrera. Trabaja en la compañía nacional de danza y
dirige muchos de los espectáculos, ya que baila menos que antes. En
su tiempo libre escribe para desconectar y ha publicado ya dos
novelas que han tenido un número de ventas bastante decente. Ana
parece feliz, sin embargo últimamente la acucia un deseo. Un deseo
que no cuenta a nadie. Ana sueña con ser monja de clausura. A veces
susurra “monja de clausura” y siente como el vello se le eriza en
los brazos. Sus padres son profundamente ateos. Por eso cuando Ana
era pequeña envidiaba a sus compañeras que hacían la comunión.
Pero no era por el traje o el convite, era por ese pequeño momento
de intimidad con lo desconocido. Cuando su madre le mandaba algún
recado, Ana solía ir al colmado más cercano a la parroquia de su
barrio. Antes de comprar entraba un momento a escondidas en aquel
templo donde sentía que el tiempo se paraba. Una vez el cura la
encontró sentada en un banco y antes de que le preguntara nada, Ana
salió corriendo. Cuando se hizo más mayor siguió yendo a
escondidas. Sentada en un banco observaba a las personas que iban a
rezar y había algo que la conmovía, otra vez esa intimidad con lo
desconocido. Hace 12 años entró en la compañía de danza y no
volvió a entrar en una Iglesia. Muchas veces bailando había sentido
cierta sensación parecida, pero le era difícil mantenerla en el
tiempo. Además no podía hacer nada para volver a sentirla. Era una
sensación caprichosa, venía o iba cuando quería. Ahora ya apenas
bailaba y aunque disfrutaba mucho digiriendo, esa sensación de
conexión con algo no tangible no se daba. Por ello hacía meses que
había vuelto a sorprenderse entrando en una sinagoga. Había sido
construida hacía poco y aún olía a pintura. Sin embargo Ana pudo
sentir esa sensación de recogimiento y espiritualidad nada más que
entró. Por eso estuvo dos horas dentro. Al día siguiente volvió y
estuvo otras todos horas. Y desde entonces cada día intentaba pasar
el mayor tiempo dentro. Como vivía sola no tenía que darle
explicaciones a nadie de lo que hacía con su tiempo. Hacía dos días
Ana miraba la tele cuando vio un documental sobre monjas de clausura.
Sintió algo fuerte tirando de su estómago. La idea de meterse a
monja empezó a tomar forma en su cabeza. El corazón le latía
fuerte al sentir que su vida podía estar tras de unos muros. Siempre
recogida y en silencio, y por supuesto, con la intimidad con lo
desconocido más que garantizada. Intuía que la calma y fascinación
que sentía durante las dos horas que pasaba en la sinagoga podían
extenderse a cada una de las horas del resto de su vida si se metía
a monja de clausura. Por ello hoy tras salir de un ensayo se ha
dirigido a un pequeño convento de monjas franciscanas que hay en el
centro de su ciudad. Al hablar con la Madre Superiora de la orden el
corazón le late rápido. La Madre le habla sobre aspirantar ,
postulantar, el noviciado y cada una de las etapas hasta llegar a ser
profesa de votos solemnes, mientras recorren un claustro iluminado por la luz del atardecer. Ana se siente embriagada por la forma en que la luz baña aquellas paredes. El convento es hermosísimo.
-Debido a su edad puede postular unos meses y si todo va bien pasar
al noviciado. Si su experiencia como novicia es positiva tanto para
usted como para la orden será admitida al juniorado donde emitirá
los cuatro votos: castidad, pobreza, obediencia y Vida Cuaresmal. -le
dice la Madre con cariño y sentido práctico.
-Yo quiero estar aquí, así que si a usted lo aprueba yo arreglo mi vida fuera y en unos días me planto aquí con una pequeña maleta- suelta Ana
en una carcajada que contagia a la Madre.
-Arregle lo que necesite, no hay prisa, nosotras siempre estamos aquí.
Vaya esta monja si que mola, piensa Ana. A la mañana se levanta temprano y entrega su
dimisión en el trabajo. Nadie puede creer lo que va a hacer y no
dudan en sacarla de su error con un montón de argumentos, pero sobre
todo : “pero si tú eres una artista”. Ana sonríe agradecida por los doce años que ha pasado junto a ellos, pero se siente eufórica y llena de vida con el giro que va a darle a su vida. A la tarde en su casa la
frase es la misma pero oída en boca de su madre le produce cierto
temor. Dejar el trabajo es una cosa, pero fallarle a su familia es
otra bien distinta. Si Ana hubiese dejado de trabajar para viajar, o
para montar algo por su cuenta, o para descansar un tiempo, no habría
pasado nada. Pero lo de monja de clausura es absolutamente
terrorífico para sus padres que tanto se han esforzado para
alejarlos del dogma y acercarlos a la libertad.
- Pero y los votos hija, ¿no me digas que aceptarás el de castidad?-le pregunta atónita su madre.
- Mami he tenido nueve parejas en 12 años y el sexo sólo me ha dado dolores de cabeza. No te preocupes, puede salir de la orden cuando quiera, nadie me obliga quedarme si yo no quiero. Además mamá, papá, ésto no tiene nada que ver con vosotros...es sólo que creo que he tenido este sueño desde que era pequeña y debo cumplirlo. Mamá tú siempre dices que confiemos en nuestro corazón, pues eso es lo estoy haciendo, - Ana les mira con cariño pero con firmeza.
- ¿Desde cuando crees en Dios?- le pregunta su padre con pesar y vergüenza.
- ¿Recuerdas la Biblia que apareció un día en casa y que no sabíamos de quién era? Era mía papá. Yo la leía a escondidas y me avergonzaba encontrar tanto consuelo en sus palabras. Pero ahora sé que no era consuelo, era intimidad. Sí papá. No sé si creo en Dios, sólo sé que me atrae terriblemente todo lo que tiene que ver con él. No me importa si existe o no, yo lo siento en el silencio de un templo sea de la religión que sea. Papis, lo habéis hecho muy bien, pero no puedo evitar entusiasmarme con el Corán, el Talmud, hasta en El Libro del Mormón, que parece ciencia ficción, encontré ese no sé qué que me hace vibrar. He elegido esta orden porque una opción directa y sencilla, pero igual me hubiera dado irme a un templo budista. Quiero vivir el silencio, quiero expandir la sensación de recogimiento que me da tanta alegría. En fin no quiero que sufráis por mí, porque yo voy a estar feliz y satisfecha con mi vida.
Ana se despide de sus padres con lágrimas de agradecimiento porque
al final han entendido. Han entendido que es gracias a la maravillosa
educación que le han dado, basada en la libertad, que ella ha podido
escucharse a sí misma y acabar cumpliendo su sueño. Sabe que aún
le queda mucho camino por delante y que habrá momentos duros e
incluso de dudas. Pero hoy en el convento se ha dado cuenta de lo que
realmente significa la intimidad con los desconocido: es la
posibilidad de sentirte parte de todo lo que existe.
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