En la estela
de tu voz acuno mi pena.
Mis lágrimas
deshacen nudos
mientras tu
canto despierta a los mortales.
Sí, oíd
mortales.
Sentada en
este pasto los bichitos de mi infancia
me rodean
tranquilos.
Un instante
me separa del ayer,
aunque mis
canas como un velo de novia,
cubren mi
rostro arrugado.
La luz de
este mediodía es inmensa para mis ojos cansados,
pero tu
recuerdo me permite entrecerrarlos
sin miedo a
caer en mi propia oscuridad.
María, Manuela, Manuelita...
Qué gozo mi
vida junto a ti.
Qué gozo tu
cantar en mi almohada,
tu mano
caliente en mi alma.
El mundo que
reinventaste para ti es ahora el mar donde camino.
Cascadas de
flores y árboles milenarios rodean mi casa.
Nuestra
casita... donde tu aroma persiste
y donde oigo
tus pasos amorosos cuando el sol se esconde.
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