Yo tengo muchas madres.
Está la señora que se sienta a mi lado en este avión. Ella no lo
sabe, pero su olor me protege y me dice soy tu madre. Aunque no la
abrazo porque no nos conocemos cuando cierro los ojos imagino mi
cabeza apoyándose en su hombro.
Una de mis madres
favoritas es la señora negra y gorda que vive en la casa del bosque.
Huele a pucherito caliente. Camino hasta su puerta y siempre me
espera con los brazos abiertos y un delantal enorme que cubre su
cuerpo redondo como una mesa camilla. A esta madre mía siempre le
cuento, sus ojos absorben cualquier historia porque lo comprenden
todo. Para despedirme de ella vuelvo de mi imaginación a lo que
puedo tocar.
La señora que vende
pescado a mamá, mamá es la madre que me parió, no es mi madre
porque yo no lo quiero. Es seca y nunca me mira. Tampoco me gusta lo
que le hace a los bogavantes.
Mi mamá, la madre que me
parió, suele ser la mejor madre. Me abraza, me cuida y me hace
sándwiches de nocilla. Pero a veces sus ojos están lejos y yo me
busco otra madre. Ayer en el supermercado la cajera era mi madre
cuando me dio aquel caramelo y nos recordó las ofertas.
La azafata de este avión
no puede ser mi madre porque sonríe mecánico y no para de vender
estupideces.
Cuando el avión aterrice
y lleguemos al pueblo tendré dos madres. La madre que me parió y la
madre que parió a mi madre. Mi abuela con mayúsculas porque es la
única que tengo. La única que me cuenta historias en blanco y
negro. La única que me canta y me recita poemas antiguos. La única que
me deja arroparla cuando tiene frío, que me deja cuidarla cuando
está enferma. La única madre a la que puedo proteger, porque como
ella sabe yo también soy madre. Madre de mi madre y de la madre de
mi madre.
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