Respirando por tanto tiempo el aire de aquella habitación oscura,
de aquel mundo negro.
En aquel mundo estaban todos a los que creía amar.
Yo tenía mis amarguras y ellos las suyas.
El día que la puerta se abrió, la luz del exterior lleno el umbral,
y yo huí muy lejos.
Pero había visto la luz.
El recuerdo de sus rayos anidó en mi corazón y el anhelo fue creciendo.
A muchos os hablaba de los rayos,
al hacerlo el recuerdo se alimentaba y podía respirar de nuevo esa luz que vi.
No sé como,
milagrosamente,
hoy desperté muy cerquita de la puerta y la luz tocaba mi rostro.
Sorprendida, vi que podía salir,
que sólo tenía que cruzar el umbral y ya estaría al otro lado.
Pero no lo hice.
Me sentí confusa hasta que comprendí.
Hasta que comprendí mi lealtad hacia aquella habitación oscura.
Hacia vuestros rostros sufrientes.
Si cruzaba, os abandonaba,
os dejaba allí,
solos.
Miré de nuevo hacia la luz.
De pronto recordé que el Amor no abandona.
El Amor no abandona,
porque no tiene esa capacidad.
Así que puse un pie fuera,
luego el otro
y cruzé el umbral hacia la luz.
Cuando la luz llenaba todo mi ser,
vi que mil rostros luminosos se acercaban a mí.
Eráis vosotros.
Vuestras sonrisas colmaron mi corazón de plenitud.
Mis lágrimas de alivio...
... gotitas de oro derramadas por el Cielo.
Cuando miré atrás para ver la habitación,
había desaparecido.
#Lección 131 UCDM
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