Lágrimas de sorpresa ante ti. Tu ser me llena y yo sólo deseo apartarme lo suficiente para que salgas a este mundo y lo llenes con tu magia.
Un mundo donde por fin comenzamos a renacer hija mía. Sí, las abuelas, las madres, las hermanas... todas empezamos a despertar de un largo letargo. Estamos recordando nuestras manos sanadoras, nuestros vientres sagrados, nuestros ciclos de fuego y de agua. Estamos recogiendo nuestros pedazos llenos de dolor, abandono y rabia, y nos estamos abrazando de nuevo, sintiendo a la gran Madre cada vez que nos atrevemos a tocar nuestras heridas sin pudor.
Y ellos, mi niña, están empezando a salir de su orgullo, de sus cabezas, y a mirar a las mujeres de sus vidas de otra manera. Dejando de temernos y recordando lo próximas que siempre hemos estado.
Y de esta forma es posible, hija mía, que veas un mundo donde las mujeres nos acerquemos, llenas de amor y de poder, a esos hombres que durante tanto tiempo anduvieron ciegos. Tocando sus pechos y rompiendo sus muros con verdades y paciencia, para que sus corazones recuerden la ternura que nunca se fue. Y aunque la vergüenza por lo pasado haga difícil a muchos aceptar este abrazo, nosotras no nos iremos a ningún sitio hasta que no hayamos abierto y arrullado hasta el último corazón de esta Tierra. Y no recriminaremos nada, sino que celebraremos esta unión sagrada, este bendito equilibrio, que se dará en el alma de cada mujer y de cada hombre, y en cada calle del afuera... porque así fue, así ha sido y así será siempre.
Unión en plenitud.
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