Yo te amaba. Yo te admiraba. Yo te sentía único e imprescindible.
El fatídico día que vi tu sombra se abrieron dos caminos en mi horizonte. Uno, quedarme ciega y olvidar el reflejo de tu sombra en mi alma para poder seguir amándote y cumplir el sueño que una vez tuve de permanecer siempre a tu lado.
Dos, mirar tu sombra de frente y dejar que la decepción me golpeara hasta asfixiarme.
Anduve el segundo camino, no por elección, sino porque hay impulsos del alma que nos llevan tan rápido hacia adelante que no preguntan ni esperan respuesta, tan solo te empujan hacia el abismo del dolor.
DOLOR.
Un gato retorciendo mis tripas, un puño en mi garganta, un peso milenario doblando mi cuello.
Los pensamientos intentando justificarte, fracasando a cada intento. Una tristeza nueva secando mi piel de cualquier esperanza.
Dolor.
Dolor. Dolor.
Un día, después de doler y doler... la paz.
PAZ.
Una paz sin palabras.
Una calma nueva.
Castillos de expectativas sobre nuestra historia cayendo suave entre mis dedos.
Mis trapecios soltando todo el esfuerzo que solían hacer para amarte tanto de aquella manera tan
especial, tan... perfecta.
Mi piel respirando aliviada.
Mi horizonte limpio de cargas.
Mi mirada clara.
Mi paso ligero.
Todo el amor de mi pecho abrazando cada uno de los fracasos de mi vida.
Aún no sé si quiero continuar caminando a tu lado,
pero gracias por transformar la manera en que me camino a mi misma.
GRACIAS
No hay comentarios:
Publicar un comentario