se sienta sobre escalones de cemento y mira el horizonte.
Natalia se aleja de su casa para llegar al límite,
para mirar la arboleda que empieza donde su ciudad acaba.
Dicen que es mejor no salir y que hay peligro allí fuera,
dicen que al caer el sol el bosque oscuro se traga lo que encuentra.
Pero cada día Natalia visita el final y apura pasitos,
pasitos y pasitos que la llevan hacia fuera más allá del borde.
Nadie habla del bosque porque la ciudad es segura,
seguridad que construyeron con esfuerzo y persistencia,
seguridad que les protege del desorden y del salvaje vacío.
Natalia ama el cemento y adora a la gente que vive en la ciudad,
se sabe afortunada y agradece cada día a su comunidad.
Conoce las leyes, respeta las reglas, pero se muere de anhelo,
anhelo de saber qué misterios le aguardan allá fuera.
Natalia sabe que si sale no podrá volver a entrar,
sabe que si elige el bosque estará sola y no habrá vuelva atrás.
Natalia lleva tiempo partida en dos mitades que se contradicen,
que la llevan de un extremo a otro y la dejan turulata.
Por eso hoy vacía su cuarto y prepara su maleta,
porque sabe que ir hacia delante es el único camino para ella.
Pasito a pasito Natalia entra en el bosque oscuro y salvaje
y aunque el corazón se le parte al recordar a los suyos,
cuando sus pies, acostumbrados al cemento, pisan la hierba
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