Presiente la presencia de la bestia antes de olerla, pero no quiere aceptar que dormita con ella. Poco a poco el olor va llenando su espacio y Gaia se siente invadida por su brutalidad. Gaia respira su putricidez mientras se mantiene totalmente quieta. Las ganas de huir tensan su estómago y le palpitan las sienes. Aprieta sus ojos para parar el torrente de imágenes sangrientas que su imaginación desbocada crea. Le duele la cabeza, pero sabe que a fuerza de apretar podrá convertir su mente en su estómago, tenso y duro, pero vacío. Un calor enorme sube desde sus pies hasta su cabeza, pero no se mueve. Poco a poco va pausando su respiración. Todo su cuerpo en tensión comienza a relajarse. Oye bufar a la bestia y su cuerpo vuelve a ser un muelle de alambre listo para saltar. No, Gaia, quieta, tranquila, calma. De nuevo su respiración pausada la serena. Un instante después se queda dormida. Cuando despierta el sol de la mañana la llena como una exhalación.
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