lunes, 24 de marzo de 2014

MADRE ROSA

Lo último que Irene quiere es entrar en la iglesia. Paco es una enamorado del arte románico, pero Irene sólo puede ver la iglesia a la que iba  con las monjas. Estudió toda su vida con ellas y eso le ha dejado una alergia hacia todo lo eclesiástico.
-Venga mujer, sólo por acompañarme a mí, además es una verdadera joya arquitectónica.
Entra dentro por Paco, pero a ella la maldita joya arquitectónica  solo le trae malos recuerdos. Todo sigue igual, las mismas vidrieras,  las mismas imágenes, el mismo olor... Se sienta en un banco y espera a que Paco satisfaga toda su curiosidad. Mientras está sentada un recuerdo viene a su memoria. Se ve a sí misma, sentada en aquel banco, pero  años atrás, el día de su comunión. Su madre le compró un traje rosa claro y cuando al llegar vio que todas las niñas iban de blanco sintió muchísima vergüenza. Su catequista y maestra de religión, la madre Rosa, le dirigió una mirada reprobatoria e Irene supo que había vuelto a equivocarse. Lo peor llegó cuando tomó la hostia consagrada por primera vez y no sintió nada especial. Ahí supo que había algo terriblemente malo dentro de ella, pero lo disimuló como pudo. La única que siempre parecía ver en ella aquel agujero oscuro era la madre Rosa. Al acabar la comunión abrazó a cada niña, pero a Irene la despidió con una bajada de cabeza que más que adiós parecía decir " no tienes remedio Irene, lo tuyo ni Dios lo perdona". Ahora sentada en aquel banco Irene intenta sonreír  al recordar sus sentimientos de culpa infantiles, sin embargo, tiene un nudo en el estómago. Se levanta y busca  a Paco. Lo ve al fondo de la nave. Haciendo un gran esfuerzo Irene  decide  dejarlo disfrutar y pasea  hasta el sagrario. Al llegar ve que todo sigue igual,  igual que el día que quebró su vida. Irene tenía 15 años y el chico 17. Se llamaba Pedro e iba a un  colegio de Jesuitas en la misma calle. Se habían visto varias veces a la salida del colegio y habían hablado otras tantas. La razón por la que terminaron metidos en la iglesia y apoyados en el sagrario dándose el lote sólo el subconsciente de Irene lo sabe. Después de tantos años tragando culpa e intentando ser perdonada, quizás decidió cambiar de estrategia. Si hago todo lo que me piden y aún así me dan por perdida pues que vean cuan perdida estoy. Esto por supuesto lo analiza  ahora, en aquel momento ni siquiera se dio cuenta cómo acabaron allí. Sí recuerda  pensar mientras besaba a aquel chico, "esto es maravilloso, seguro que es un pecado muy grande". El grito de la madre Rosa al verlos en plena faena los sacó de su entusiasmo. Pedro  asustado salió zumbando como si con él no fuera aquello e Irene se quedó para escuchar que iría directa al infierno porque no había otro castigo para lo que había hecho. Mientras la madre Rosa la insultaba y la golpeaba  las lágrimas comenzaron a brotarle y el miedo a las consecuencias apareció como una piedra en su estómago. Fue expulsada del colegio después de ser puesta en evidencia delante de todas las alumnas. Sus padres se sintieron tan avergonzados que a partir de aquel momento su afecto se convirtió en rechazo y en  miradas de reprobación. Hasta Pedro, coautor del pecado, le retiró la palabra y cuando se encontraban por la calle  cambiaba de acera.   Aquel pensamiento de su niñez  de que había algo terriblemente malo dentro de ella volvió a formar parte de su mundo, llenando sus días de una soledad merecida como penitencia. Día tras día se preguntaba a sí misma el porqué. Por qué tenía que ser diferente a los demás. Al cumplir los veinte años cansada de culpas y de  mendigar afecto se fue de casa. Con los años y lejos de allí pudo recuperar  su propia estima y construir su propia vida.  La misma vida que hoy la trae de vuelta.
-Irene cariño, esta monja dice que te conoce.
De pie delante de ella, como si el tiempo no hubiera pasado, como si cincuenta años no fueran nada, se encuentra la madre Rosa. Está muy mayor, pero es imposible no reconocerla. Su mirada sigue igual de dura y fría.
-Hay que tener muy poca vergüenza para volver a entrar en este sitio sagrado despúés de lo que  hiciste Irene. Hay ofensas que no se olvidan nunca, que se deben recordar y que serán juzgadas en su momento. Cristo no perdonará nunca tu falta de decencia.
Irene no da crédito a las palabras de la monja. Después de cincuenta años aquella mujer la sigue juzgando y la lleva al mismo agujero oscuro del que salió hace tanto. Antes de que pueda replicar,  Paco, que conoce toda la historia y que con casi setenta años ya no se calla una, comienza a discutir con la madre Rosa.
-¿Cómo se atreve a hablarle así a mi mujer? ¿Quién se cree usted para juzgar a nadie? Ese Cristo del que habla se avergonzaría de sus palabras... 
Paco continúa recriminándole a la monja, mientras Irene siente toda la rabia e impotencia que sintió de adolescente. No puede hablar, está demasiado sorprendida por lo que está pasando. De pronto Irene mira detenidamente  a la madre Rosa, la mira estupefacta y comienza a llorar. Llora desconsoladamente y se hace el silencio. Irene coje a Paco del brazo y lo obliga a salir de la iglesia. Una vez fuera sigue llorando en sus brazos.
- No sé porqué me has sacado de ahí dentro, esa mujer se merece que le digan unas cuentas verdades Irene, no puede seguir tratándote así. No llores más que no se lo merece.
Entre mocos y balbuceos Irene se separa de Paco y respira profundamente.
- No Paco,  no le digas nada, por favor. Ya está. No lo entiendes, no lloro por mí, lloro por ella. No sé como no me di cuenta antes cariño, yo era tan joven. Esa mujer, pobrecita, mira que cosas tan horribles piensa. Nunca me había dado cuenta, qué soledad tan tremenda,  qué pena, pobre mujer, pobre madre Rosa. 




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