domingo, 2 de febrero de 2014

LOS CLONES DE PATROCLO

Patroclo se ha clonado tantas  veces que  se siente perdido entre sus siete cuerpos idénticos. Son pocos clones  para un individuo de 32 años, pero él  está soltero y sólo tiene tres trabajos, así que no necesita demasiadas copias para gestionar su vida. Aunque si es sincero consigo mismo, Patroclo sabe que no aceptaría otro trabajo tan sólo por no tener que pasar de nuevo por el proceso de clonación. Por no tener que levantarse una vez más en aquella habitación azul y saludar a un nuevo yo cuya única diferencia es un número de serie tatuado en la nuca. Por no tener que verse a sí mismo una vez más tragando las exigencias de otro jefe obsesionado con la productividad, quizás la copia X de uno de sus jefes actuales. Así que  Patroclo se conforma con lo que los demás llaman una vida clonar mediocre. Al menos sus clones tienen una vida digna mientras otros hacinan sus copias  en una única habitación. Jeno, uno de sus jefes, tiene veinticinco clones, es verdad que tiene 55 años y once empresas, pero eso no justifica el trato que les da. Las once empresas se encuentran en un mismo edificio en cuyo sótano viven sus clones. Jeno argumenta que ellos son felices mientras él sea feliz, pero a Patroclo ésto no le convence. En su casa cada copia tiene un cuarto y llaves del piso. Ellos saben que hay ciertas normas a cumplir, como no establecer ninguna relación con mujeres, sería muy peligroso enterarte de que tu clon ha tenido un  hijo tuyo por ahí, pero respetando las reglas tienen derecho a hacer con su tiempo libre lo que deseen. El problema es que sus copias parecen disfrutar con el trabajo y apenas salen . Cuando Patroclo se cruza consigo mismo en la empresa se sorprende al verse tan motivado, con tanta energía. ¿Sabrán sus clones  que hace años que él odia trabajar? Lo peor es cuando se levanta a la mañana y comprueba que una de sus copias se ha pasado toda la noche terminando un proyecto. Debería sentirse agradecido, pero tanta obediencia le saca de sus casillas. Le revienta ver su propia sumisión multiplicada por siete. Patroclo desea dejarlo todo y marcharse, pero nadie en su grupo de amigos ha dejado jamás un trabajo, así que no se atreve a dejar las tres empresas y tomarse unas vacaciones. Tampoco sabe qué haría con sus clones. Podría irse él y dejarlos a ellos trabajando, pero eso no sería mandarlo todo a la mierda  que es lo que realmente Patroclo desea. Dejarlo todo y empezar a vivir una vida auténtica.

Pasan los días, las  semanas, los meses y Patroclo  continúa con  su aburrida rutina de productividad laboral. Un lunes su jefe se fija en sus ojeras y  y le recomienda una nueva clonación. Patroclo  lo mira hastiado y de su boca sale: "mañana tendrás mi dimisión sobre  tu mesa".  Por fin se  ha decidido. 
Echa la tarde redactando tres cartas de dimisión, una por cada empresa. Lo único que le queda ahora es esperar a sus clones  y decidir qué hará con ellos. 
A las diez de la noche llega su último yo. Los reúne a todos en el salón y les informa de que ya no tienen trabajo. Los clones lo miran incrédulos. 
-No puedes hacer eso,  - dice uno de los clones.  Patroclo lo mira desconcertado.
- ¿A qué te refieres?
- A tomar tus propias decisiones. 
Patroclo lo  observa detenidamente y se levanta para comprobar su número de serie  en la nuca. Un sudor frío recorre su espalda al ver que el número ha desaparecido. 
- ¿Qué ha pasado con tu número? 
- Ya lo sabes Patroclo, el original no lleva número.






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