miércoles, 19 de junio de 2013

RIMADA TELEFÓNICA

La razón de mi llamada es decirte porque me fui con el viento. 
Elegiré bien mis palabras pero has de estar atento.
No fue culpa tuya que andásemos a destiempo.
La razón de mi abandono  es el mal rollo y desaliento.
Sé que no todo fue un asco, tuvimos nuestros momentos,
también que a mi lado te aburrías y que seguías hambriento,
antes de que yo me fuera tu manos ya eran cemento.
Por eso necesito ahora que me borres del pensamiento.
Necesito que no me quieras y que no albergues sentimientos,
dejar cerrado y limpio esto que fue nuestro aliento.
Si necesitas terapia un buen profesional te aconsejo,
pero si la rabia aún perdura y en tu silencio la siento
cambia el chip de una vez o toma medicamentos.
Si en mi ausencia te recreas no vas a estar contento.
Si vuelves a insultarme  que te den por culo y te cuelgo.
Y si aún así te empeñas en retener tu tormento,
te digo ex amor mío, que para olvidar soy talento,
y que lo que digas mañana me importará un pimiento.

MADRES

Yo tengo muchas madres.
Está la señora que se sienta a mi lado en este avión. Ella no lo sabe, pero su olor me protege y me dice soy tu madre. Aunque no la abrazo porque no nos conocemos cuando cierro los ojos imagino mi cabeza apoyándose en su hombro.
Una de mis madres favoritas es la señora negra y gorda que vive en la casa del bosque. Huele a pucherito caliente. Camino hasta su puerta y siempre me espera con los brazos abiertos y un delantal enorme que cubre su cuerpo redondo como una mesa camilla. A esta madre mía siempre le cuento, sus ojos absorben cualquier historia porque lo comprenden todo. Para despedirme de ella vuelvo de mi imaginación a lo que puedo tocar.
La señora que vende pescado a mamá, mamá es la madre que me parió, no es mi madre porque yo no lo quiero. Es seca y nunca me mira. Tampoco me gusta lo que le hace a los bogavantes.
Mi mamá, la madre que me parió, suele ser la mejor madre. Me abraza, me cuida y me hace sándwiches de nocilla. Pero a veces sus ojos están lejos y yo me busco otra madre. Ayer en el supermercado la cajera era mi madre cuando me dio aquel caramelo y nos recordó las ofertas.
La azafata de este avión no puede ser mi madre porque sonríe mecánico y no para de vender estupideces.
Cuando el avión aterrice y lleguemos al pueblo tendré dos madres. La madre que me parió y la madre que parió a mi madre. Mi abuela con mayúsculas porque es la única que tengo. La única que me cuenta historias en blanco y negro. La única que me canta y me  recita poemas antiguos. La única que me deja arroparla cuando tiene frío, que me deja cuidarla cuando está  enferma. La única madre a la que puedo proteger, porque como ella sabe yo también soy madre. Madre de mi madre y de la madre de mi madre. 

jueves, 13 de junio de 2013

LUCÍA MANO ANCHA

Aprovechando que la profe de anatomía había salido a mear, Lucía mano ancha agarró el cartabón y se lo lanzó a Pedro con tan buena puntería que se lo clavó en la cabeza. Pedro se quedó congelado tres segundos antes de empezar a  gritar como si la vida se le fuera en ello. Lucía mano ancha aprovechó la oportunidad que se abría en el hueco de la boca abierta de Pedro y cogiendo la grapadora la lanzó hacia sus paletas. Pedro recibió el impacto que acalló su grito y cayó en silencio manchando el suelo de sangre. Acto seguido la profe entró en el aula y una goma de borrar se le coló entre las tetas. Asombrada levantó la vista buscando al culpable de semejante fechoría y vio a Lucía mano ancha de pie en su pupitre. Lucía sonreía mientras lanzaba a diestro y siniestro lápices, bolígrafos  y sacapuntas. Cuando empezó con los compases sus compañeros buscaron refugio debajo de los pupitres y la profe se escondió detrás de Totino, el esqueleto de la clase. Lucía mano ancha al ver que no le quedaba ningún material escolar a mano , empuñó su silla y sosteniéndola encima de su cabeza gritó histérica: “Vosotros sois los anormales, estrechos de manos y  de mente” .

martes, 11 de junio de 2013

POLILLAS

Sola

El día que me fui no podía respirar.

Caminaba sola por la calle y cada acera era un precipicio. Despertarme sin querer abrir los ojos para ver tu ausencia en la cama vacía donde dormir era imposible. Tener que tirar las sobras de comida porque no sé cocinar para uno. El uno sobre mi espalda acompañándome al cine, al teatro, a todos los sitios donde me obligaba a ir sin ti. Ordenar el orden una y otra vez. Limpiar la cocina sabiendo que la soledad no ensucia. Espacio libre en mis armarios y el olor a derrota llenando los huecos como polillas. Comer viendo el telediario que me deprimía menos que el silencio de la casa vacía. Llegar a casa y tragarme los pequeños logros de mi día. Domingo a la tarde paralizada de melancolía en el sofá. Volverme loca al pensar en la llegada de Julio sin un viaje para escapar,  porque viajar sola no era escapar, era desplazar mi congoja. 

Solo 

 El día que te marchaste respiré.

Tenerte al lado, tirando de mí con tus cuerdas invisibles, era insoportable. No podía aguantar tu mirada expectante cuando nos levantábamos el sábado a la mañana. Odiaba tener que cocinar la insípida comida sana para dos. Un coñazo tener que separar los calzoncillos de mis pantalones antes de poner la lavadora. Emparejar los putos calcetines antes de meterlos en el cajón. ¡Compartir el maldito cajón! Planear algo especial el domingo a la tarde que tapara la melancolía, tu melancolía. No soportaba cenar con la tela apagada para que tú me contaras tu gran día. Y peor aún aguantar las ganas de vomitarte cuando te contaba el mío, cambiando pequeños detalles cada día para que mi rutina no te amenazara. Qué horror tener coger un avión cada verano porque las vacaciones en mi pueblo no eran vacaciones.


Sola
Después de un tiempo, miré por primera vez  la habitación que me rodeaba, y advertí que ya no esperaba nada, cuando contigo siempre lo esperé todo. Todo. Miles de cosas maravillosas que pensaba podían suceder en pareja.

Una tarde lluviosa, después de dos meses de llorar, algo se colocó sutilmente entre mis lágrimas y el reflejo de la calle en la tele. Como si la lluvia me diera permiso para aburrirme mortalmente mientras el detective Colombo resolvía otro caso. No sé porqué suspiré de alivio y la respiración volvió a mis pulmones. Salí a caminar por la calle y nos encontramos. Estabas muy guapo, pero el asombro lo llenó todo al comprender que ya no te quería. 



Solo 
Una noche , mientras comía con la tele puesta, tuve que ir al baño a vomitar y decidí no comer más delante del telediario. Empecé a comer con la tele apagada y en el silencio de la casa escuchaba ruidos.  Después de un tiempo mis calzoncillos apestaban, así que empecé a separarlos  antes de  poner la lavadora. Cuando llegaba a casa buscaba algo en las habitaciones y luego cenaba. Por la noche las polillas del armario me despertaban. Un domingo a la tarde, me sorprendió lo incómodo del sofá, y tuve que organizar una merienda con amigos en el Retiro.

Pasaron más semanas y un día lluvioso, viendo a Colombo en la tele me acordé de ti. De cuanto te gustaba ese detective raro y de lo que a mí me molestaba. Algo sutil presionó mis pulmones  y tuve que a salir a pasear a la calle. Cuando nos encontramos , a pesar de tus ojeras, tuve que reprimir las ganas de suplicarte que volvieras.