Mamá murió y todo lo que nos unía estalló en mil pedazos.
Quizás yo fui el que marchó mas lejos, pero no podía mirar atrás. Mirar atras era hundirme de nuevo en un pozo de desesperanza. Quise buscar nuevos hogares, pero siempre huía. No me sentía capaz de volver a perder nada, así que elgir estar solo.
Pasaban los meses y cada uno de nosotros se alejaba más de los demás.
Martina se obsesionó con el dinero, con los papeles. Yo la veía como una hurraca sin sentimientos. Llegué incluso a pensar que nunca amó a mamá. Manuela intentaba defender a Martina y la empecé a odiar por eso. O sólo quizás porque no me defendía a mí. A mí, que tanto sufría.
Carlos se convirtió en un luchador de todas las causas imposibles, y nos juzgaba de ahogarnos en un vaso de agua. Tal vez tenía razón. Tampoco quería verlo.
Felipe, nuestro hermano pequeño, no se enteraba de nada. Lo juzgaba por esconderse detrás de su inocencia, de su juventud. Cuando dejé de verlo como mi hermano favorito y empecé a odiarlo, decidí parar.
Parar.
Parar porque no podía respirar con tanto veneno.
Me echaron del trabajo. Tenía mucho dinero ahorrado, sin embargo sólo y sin nada que hacer, creía que iba volverme loco.
Pero comencé a caminar.
Caminaba.
Caminaba y pensaba en todo lo que había pasado.
Los años de enfermedad cuidándola a ella. Todavía estábamos unidos. Ahí creía que estaba preparado para perderla, pero no fue así. Por eso cuando murió no pude afrontar el dolor y me fui lejos.
Lejos.
No quería veros. Los cinco huerfanitos.
Un día caminado, comenzé a llorar. Tuve que morderme el puño para no gritar de dolor. Una piedra dura se movía en mi garganta y convulsionaba mi cuerpo. Me fui corriendo a casa. Bebí agua y me acosté. Cerré fuerte mis ojos y gracias a dios me quedé dormido. Al rato desperté sudando y muerto de miedo. No quería volver a llorar. Si lo hacia no podría parar. Pero en vez de huir, me quedé respirando, y por fin algo se rompió en mí y pude gritar: ¡Mamá!
Ya no me importa llorar. Llorar y llamarla.
Estuve varios días llamándola y llorando, llamándola y llorando.
Todo lo que había estado tapado comenzó a salir, todos los pensamientos de dolor que no me había atrevido a escuchar:
"Si la hubiera cuidado mejor,,,"
"Yo no era su favorito..."
"No mostré fortaleza ante ella y ella se preocupó or mi inencesaramiente..."
"Siempre me molestó que sfuera tan sumisa con los hombres, cuantas veces la desprecié..."
"Me hubiera gustado que fuera más cariñosa..."
"A vesces no me veía, veía a Felipe, pero no a mi..."
"Se ha puesto enferma porque no se cuidaba, no es mi culpa..."
Y así una infinidad de pensamientos sin sentido.
Tras varias semanas supurando esta bilis, los pensamientos dejaron de venir a torturarme.
Pero varios días después, los verdaderos recuerdos de mamá empezaron a surgir: el día que me compró mi primer libro de filosofía, cuando ella apenas sabía leer, como me cocinaba filetes empanados cuando me iba de acampada, como era la única que reía mis chistes malos...
Un día comencé a recordarla también amandoos a vosotros: el día que Felipe nació, su mirada de enamoramiento, su orgullo ante el día que Martina se graduó, su compliciad con Manuela en la cocina, su cofianza en que Carlos siempre nos protegería en la escuela...
Por fin pude sentir paz. Por fin pude respirar.
Desde nueva paz, ahora entiendo a Martina. Su lucha por el dinero, es su respuesta a mi mismo dolor. Todos hemos intentado huir de este dolor de alguna manera. No importa. No puedo vivir más odiando, cuando en verdad, os que quiero tanto.
Mañana compraré un billete de vuelta y a pesar de todo lo que parece haber pasado, me reuniré de nuevo con cada uno de vosotros.
Deseo seguir disfrutando de cada uno de los recuerdos de mamá, de la suerte que tuvimos de conocerla.
Deseo compartir con vosotros esta nueva felicidad.
#UCDM, lección 121