La luna ilumina los árboles y su luz baña mi rostro.
El fuego crepita aún con fuerza invitándome a llamarte.
Con un gesto sagrado enciendo cada una de las velas que me rodean.
Cada lucecita invoca mi valor.
Miro al cielo y alzo mis brazos.
De mi pecho brota una plegaria antigua.
Una plegaria escondida entre los pliegues de mi alma.
Una piedra oscura asoma por mi garganta haciéndome callar.
Trago saliva.
Respiro profundo y sólo el pronunciar tu nombre parte la piedra en infinitos trozos:
¡Mamá!
¡Mamá!
Madre te llamo en esta noche estrellada.
Deseo ver tu rostro.
Hija mía bendita. Te amo. Te amo. Sigue regando con lágrimas la senda de este reencuentro.
Te sostengo en mis brazos. No dejes jamás de buscarme, siempre estoy aquí.
Mírame.
Alza tu mirada abierta a mí.
Estoy acá amándote niña mía.
Te siento Madre.
Ahora estoy a salvo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario