Hace poco un amigo posteó en su facebook: “Ego, la palabra del Año que todo el mundo parece conocer”. El post ha dado lugar a un montón de comentarios sobre qué es eso del ego, qué coño podemos hacer con él y de dónde mierda sale semejante cosa cuyo único objetivo parece dar por culo. Como yo llevo toda mi vida, como la mayoría de los seres humanos, lidiando con mi ego, comentar su propio post se me ha quedado pequeño, por ello hago el mío. (Escribo esto mientras mi ego me susurra al oído con voz de Smiggle: míoooo, míoooo…”)
En nuestro mundo al ego siempre le toca ser el malo de la película, esa fuerza invisible, pero maligna y oscura, que lleva al ser humano a caer en la misma piedra una y otra vez. Sin embargo ego tenemos todos y hemos de enfrentarnos cada día con esos aspectos oscuros de nosotros mismos que tanto nos avergüenzan y nos hacen sufrir. Parece que el ego es el enemigo, lo opuesto a toda la luz que llevamos dentro del corazón, en contraposición a las mil voces del ego que salen de la mente, o como yo la llamo: “la loca del coño”.
Sin embargo algunas de mis experiencias vitales han venido a desafiar este esquema: ego/mente, versus, luz/corazón. En momentos de mi vida he tenido que lidiar con una gran oscuridad que no salía de mi mente, sino de mi corazón en forma de miedo, rencor, culpa... Que saliesen del corazón no quiere decir que luego mi ego no hiciese con todas estas energías de las suyas, es decir, alimentar las heridas con el “pobre de mí”, ¿por qué yo?” y mil y una neurosis y locuras mentales que todos nosotros nos esforzamos tanto por esconder para encajar en el supuesto mundo de “la normalidad”. Llegados a este punto, donde la lucha ante la oscuridad se vuelve más intensa dentro de uno que fuera, (ya no te calma como antes luchar fuera por un mundo mejor, porque la mierda que te sale a ti de dentro amenazando con salir por los poros de tu cuerpo en plan Hulk supera todo lo demás, o lo que es lo mismo, que ya no te soportas), es cuando empezamos a plantearnos qué coño hacer con nuestro ego y como mantenerlo a raya. Porque además todos los mecanismos que tenías para mantener tu oscuridad a raya, ya sea hacer footing o participar en una mani contra Esperanza Aguirre, o cualquier otro enemigo que encarne todo lo que no soportas del mundo, o sea de ti mismo, se van a la carajo.
Yo llevo años lidiando como las locas contra mi propio ego. Lo admito, a mi ego le gusta el miedo más que a mi Blanca las torrijas. Y vivir con eso en tu día a día cansa. Sin embargo por más que he luchado contra él, demostrándome a mí misma que no, que yo soy valiente y punto, al final no sé cómo lo hago, pero el joío miedo se camufla y me aparece en otra parte. Encima me conoce, es muy suyo y sabe lo que tiene que argumentar para que me tiemblen las piernecicas. Y yo que además de miedosa soy una optimista empedernida no paro de decirle al universo, que yo sé que es perfecto porque lo he leído en algún libro de autoayuda y me encanta la idea porque me mola y tranquiliza: entonces ¿pa que mierda sirve el miedo? ¿Pa qué mierda llevamos tanto oscuridad dentro? ¿Pa qué mierda existe Trump en este mundo?
Y al final nos volvemos a topar con la lucha entre la luz y la oscuridad, que ya lo decía el maestro Jedi Obi-Wan, cuidadín con el lado oscuro. Y es que como muchos dicen, en nuestra 3D todo está polarizado, que si ying y yang, que si salao y dulce, que si luz y oscuridad. En fin que esto es lo que hay y hay que joderse. Pero como yo no me conformo y soy una experta luchadora, hasta el moño de luchar, necesito perspectiva.
Buscando perspectiva le echo un vistazo al cielo en una noche estrellada y me quedo hipnotizada ante semejante belleza. Inspirada ante esta preciosidad me pongo a pensar que es la oscuridad de la noche la que sostiene a cada estrella, dándole su contexto para que cada una de ella brille a su forma y manera.
Siguiendo esta perspectiva me da por pensar que quizás cada uno de nosotros somos un poquito de polvo de estrellas a la que se le dio la oportunidad de ser por sí misma todo un cielo estrellado. Para ello viajamos a esta Tierra con un puñado de oscuridad en un bolsillo, de la que se encargaría nuestro ego, y un puñado de estrellas en el otro bien escondidas entre nuestros dones y talentos. De esa forma nuestra oscuridad le daría el contexto a esas estrellas para que pudiesen brillar mostrando su forma bien definida y única.
Y visto así, una se atreve a pensar que quizás Trump es el contexto perfecto para que energías como la de la unidad, la igualdad y la libertad puedan brillar en todo su esplendor. Y visto así se me ocurre que mi miedo es el contexto perfecto para que esa voz que surge del bolsillo de las estrellas y me dice: “en verdad no hay nada que temer”, brille en mitad de tantas mentiras que nos contamos y que nos cuentan, como una estrella iluminada.
Y visto así, se me ocurre que toda esa oscuridad que llevo censurando, rechazando, reprimiendo y azotando, sólo necesita su lugar: ser vista, entendida, reconocida e incluida. Y ahí entiendo que por eso se dice aquello de que el verdadero amor no excluye, INCLUYE.
Y ahí me doy cuenta de que Trump, mi miedo o el vecino que me toca los ovarios, no son más que oportunidades para convertirme en mi propio cielo estrellado. Y ahí me flipo toa y empiezo a ponerlo en práctica, pero seamos sinceros, no te veas lo que cuesta, porque cada una de las células de mi cuerpo está acostumbrada a combatir, y es que las joías reaccionan solas. Pero bueno, en mitad del camino descubro un gran aliado que me ayuda, si no a amar completamente lo que instintivamente rechazo, si a cambiar la actitud de mis células cada vez que miedo o el mundo me toca los cojones: EL CACHONDEO.
Y mientras me río de mi mierda parece que la distancia que había entre mis logros y mis miserias se hace más pequeña. Y aunque a veces no entienda nada, ni de lo que pasa afuera, ni de lo que me pasa a mí adentro, siempre me queda reírme de todo y dejar que la risa, como una maestra sabia, opere su alquimia para unir luz y oscuridad, corazón y mente y en definitiva, a todos y todas los que habitamos el planeta.
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