A veces estar en el vacío es tan suave y ligero que parece extraño permanecer en ese estado de ingravidez más de lo normal en un mundo que te empuja a posicionarte a cada instante en una opinión clara y contundente que tapa la transparencia de tu ser. Sentir el empujón del ego para salir de un vacío que juzga de insípido y salir a la búsqueda de la comprensión de lo infinito, para darte cuenta al día siguiente que la sensación de plenitud sin preguntas que viviste ayer se ha ido. Por eso inicias de nuevo tu viaje hacia el vacío, con ese run run run de tu ego susurrando, pero adonde crees que vas?, y sin embargo el sol en tu cara te recuerda que sólo al vaciarte podrás saciar tu anhelo de calor y hogar, y sólo así podrás a travesar otra noche oscura iluminando el laberinto de tu alma para amanecer de nuevo más cerquita de la sencilla presencia que eres.
Y verdaderamente eso que eres no es divertido, ni evidente para el resto, ni brillante, ni fuerte, ni invulnerable, ni grande, ni se parece a nada que te pueda servir para sobrevivir o triunfar en la vida, pero es tan fuerte la confusión que te rodea, la mentiras a las que cada día te enfrentas, que decides rendirte a eso que eres, porque en mitad de tanto ruido, es una silenciosa verdad.
Y te quedas ahí respirando, sintiendo, observando ese silencio, donde sólo una palabra tiene sentido: gracias.
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