sábado, 16 de febrero de 2013

LA FORMA DEL INICIO



ANA

El coche levanta el agua del charco dejando a Ana empapada en la parada del autobús. Una mala leche profunda empieza a gestarse en su garganta cuando ve que el coche para  y da marcha atrás. La ventana del copiloto baja y Mario empieza  a excusarse: que si no la ha visto, que qué horror de día, que si  anda perdido buscando el  chalet dónde asistirá a un curso de…Ana barrunta mandarlo a la mierda. Luego se fija en el par de hoyuelos que marcan  la cara de aquel chico y decide  que le cae simpático. Abre la puerta del copiloto, se sienta a su lado y mientras se pone el cinturón le explica que ya que ella también  va  a aquel  curso lo mejor es ir juntos. Mario sonríe y sin decir nada arranca el coche. La lluvia apenas deja ver el camino. Él  le hace preguntas y aunque no es muy habladora Ana responde con su seguridad categórica. Por fin llegan  al chalet y bajan del coche con la sensación de que han  decidido hacer  el  curso juntos. Durante el fin de semana todo el mundo asume que ellos ya se conocen.



MARIO

Mario no volverá  a estudiar para los demás. Ha elegido  ese  curso porque cree  puede  ser divertido. La chica se le sube al coche con una seguridad apabullante. Durante el trayecto descubre que Ana tiene las cosas realmente claras. Mario no sabe  por qué, pero se le hace   natural  trabajar con Ana, hacer equipo con ella en la mayoría de  las actividades, compartir apuntes con ella…le sorprende   la facilidad  con la que se hace su amigo durante el fin de semana. 

 ANA
El domingo por la tarde Mario le  lleva de vuelta  a su casa. Se despiden con un hasta pronto. Antes de cerrar la puerta Ana se  vuelve  y ve en los ojos de Mario que ella le   gusta. Cierra la puerta y aunque no es engreída, aquello le parece perfectamente natural. No piensa si a ella le gusta Mario,  no está  en sus planes tener novio. El  siguiente fin de semana quedan  para ir juntos y la mirada de Mario sigue  igual. A Ana  le hace gracia que él sea tan sincero con sus sentimientos. Si a ella le gusta alguien intenta disimular y barrunta la mejor estrategia para gustar al susodicho. Pero Mario se comporta espontáneamente y muestra  sus defectos sin vergüenza. No parece querer pavonearse o venderse delante de ella. Lo único es su mirada que dice: me llamo  Mario  me gustas y sé que lo sabes. Ana se siente cómoda con Mario y no piensa en ello.  El curso une mucho a la gente. A la noche se quedan  hablando alrededor del fuego hasta las tantas.  Ana ha hecho algún amigo, pero al final de las veladas Mario y ella se quedan hablando algo apartados del grupo. Ana descubre en Mario una forma nueva de ver la realidad. Él habla de diversión más que de salidas laborales.  Si Ana habla del futuro, a él parece no preocuparle y habla de aprender divirtiéndose.  A Ana le  avergüenza  admitir que la razón por la que  ha hecho el  curso es para rellenar currículum y cumplir su exigencia de productividad  anual.   Le gusta  la visión de Mario, pero le  es  inevitable desconfiar de ella. ¿Qué pasa con los deberes y las responsabilidades? La idea de rendirse a este nuevo enfoque la tienta, pero una voz en su cabecita le advierte que no debe  bajar la guardia.


MARIO

El curso está  cumpliendo todas sus expectativas.  Mario se lo pasa bomba, ha conocido a gente con sus mismas inquietudes y lo mejor de todo, ha conocido a Ana.  Se siente seguro a su lado. Su determinación a la hora de tomar decisiones, su manera de ocupar su lugar de forma tajante, pero silenciosa...  Su manera de escucharlo. Se siente  atraído por ella. Le es  inevitable y no puede disimularlo. Sin embargo no está  impaciente como le ha pasado con otras chicas. Quizás saber que el curso dura seis meses le da  la tranquilidad de que se verán  sin necesidad de forzar ningún  encuentro, pero… es algo más.  Ana no da señales de corresponderlo e inexplicablemente aquello no le preocupa.  Es sábado y han salido a tomar  una cerveza en el pueblo en vez de quedarse como siempre en el  chalet.  Mientras ríen y beben  entran  en el bar unos tipos raros con ganas de pelea. Los músculos de Mario  se tensan  y se acerca a Ana para protegerla.  Ana no parece advertir el peligro y  no nota el cambio en Mario. Al rato los tipos se van después de decir cuatro tonterías, pero él tarda un rato en volver a la calma. Mario queda sorprendido por  su reacción. Otro día, durante una de las actividades   reacciona parecido. Todos tienen  que contar algún momento de sus vidas en el  que se hayan sentido vulnerables.  Cuando le toca el turno a Ana, ella cuenta una anécdota muy peculiar.  A  los quince  años sacó  un 4,5 en un examen de filosofía y por ello se sintió vulnerable. Luego se queda callada, ajena al extraño silencio tras su intervención. Aunque la tónica general es la del respeto, la intervención de  Ana no ha caído  muy bien. Otros compañeros han salido antes a contar anécdotas muy íntimas,  por eso la de Ana se entiende como una forma de no corresponder a la confianza dada. Ella, con la seguridad que la caracteriza, no parece  darse cuenta de la incomodidad que ha creado. Mario  sin pensarlo sale y  cuenta una anécdota  con la suficiente dosis de humor como para aminorar la sensación violenta que se ha generado. La gente ríe y la energía cambia,  pero Mario se pregunta  por qué  lo ha hecho.  Observa a  Ana y  le llega una mezcla de seguridad e inocencia que se le hace irresistible. Él sabe  que ella ha compartido honestamente uno de sus momentos conscientes de vulnerabilidad. Mario se  da cuenta   es  capaz de ver cosas en Ana que los demás no ven.



ANA

Es el último día del curso. Están haciendo una dinámica de grupo y Mario sale  voluntario. Empieza a contar su mejor verano cantando y la gente se parte  de risa. Ana también  ríe mientras  él sigue  cantando y haciendo un ridículo espantoso. Ana empieza a observar cómo mira toda aquella gente a Mario. Lo miran con  admiración y confianza.  Como si le agradecieran su manera de ser, todo lo que ha aportado al curso durante aquellos seis meses. Ana se sorprende. Se da cuenta de que Mario no sólo ha estado con ella en  el curso, sino que se  ha compartido con todas aquellas personas.  Ana mira a Mario y el corazón comienza a latirle rápidamente. Sus hoyuelos están  al máximo de su profundidad…sus hoyuelos… Ana siente que se marea. Por su mente pasan  la cantidad de momentos en los que Mario la  ha piropeado,  la ha  abrazado de forma diferente al resto, o como siempre la tiene  en cuenta para todo. Un pensamiento aparece  en su mente: él sabe quién soy.  La naturaleza de esta  idea la conmueve y esconde la cara entre las manos.  Llega la noche y van a tomar una cerveza de despedida en uno de los bares del pueblo. Ana está  intranquila,  ahora no sabe  cómo comportarse con Mario. Habla con unos y otros comentando lo genial que han sido estos  seis meses y  se dan los mails para no perder el contacto. De vez en cuando busca a Mario entre las cabezas y lo sorprende mirándola. Ana disimula su temblor en las piernas e intenta volver a la conversación en la que está con la mayor naturalidad posible. Al instante vuelve  a buscarlo y cuando lo mira  sin que él la mire una sensación de euforia se instala en su estómago.  Se le hace insoportable no estar hablando con él, no estar riendo con él, no estar junto a él… el pensamiento de que la llevará a casa en coche es  lo único que la consuela. Al menos ahí estará sólo para ella. La gente va retirándose y al final  quedan unos pocos. Se acerca al grupo donde está Mario. Cómo siempre él habla y los otros ríen.  Ana respira inquieta la calidez que él emana.  En un momento se hace el silencio y aparecen  los comentarios anteriores a cualquier despedida. Ana se pone nerviosa y termina de beberse la cerveza que lleva en la mano. Cuando Mario la mira directamente a los ojos no sabe de dónde saca la fuerza para decirle: ¿Qué? ¿Nos tomamos tú y yo otra?



MARIO

Es  el último día del curso, y a  pesar de su aparente alegría, Mario está triste. Ha pasado la noche inquieto, intentando analizar de donde viene  su desazón…no, no está  preocupado por lo laboral…es …es   Ana. ¿Qué pasará ahora con ella? ¿Cómo harán para verse?  No se ha sentido ansioso el tiempo entre encuentro y encuentro porque sabía que llegaría el viernes, la recogería y estaría con ella hasta el domingo por la noche. Pero ahora tiene miedo de que Ana vuelva  a su rutina de deberes y responsabilidades y se olvide de él. Mario sabe que el  mundo de Ana es aún pequeño. Ella tiene  veintidós años y vive con sus padres. Toda su energía se centra en su carrera. Mario intuye que  en  su cabeza se mezclan con la misma intensidad su presión por destacar con su presión por contribuir a un mundo mejor. Debajo de todo aquello él  puede  ver a Ana. Ana radiante en su silencio y tan inocente que es imposible no quererla. Sí, Mario quiere a Ana, la quiso a las tres semanas de conocerla. Por eso cuando Ana, el último día de curso, le suelta: ¿Qué? ¿Nos tomamos tú y yo otra? Mario piensa que está  borracha.



ANA

Ana pide  un par de cervezas para los dos rezando porque la voz  no le tiemble. Mario le dice  que la nota distinta y Ana  se contiene  para no lanzarse a sus brazos de la forma más patética. Mario le habla  de la cantidad de posibilidades que se le han  abierto tras el curso y esa aparente normalidad ayuda  a Ana a pisar tierra de nuevo. Siguen  bebiendo y hablando durante varias horas hasta que los echan del bar. Demasiado borrachos para ir en coche deciden pasear.  Ana odia que  el amanecer la sorprenda tras una noche de fiesta, pero hoy es diferente. Se sientan sobre un  muro de piedra, cerca de las últimas casas del pueblo y el sol sale mientras charlan. Ana está  feliz. Se queda callada un momento y Mario le coge la mano. Ana siente vértigo… la embarga una sensación de profundo cansancio, pero por primera vez en su vida no tiene miedo de rendirse.


MARIO

Mario camina feliz entre las calles del pueblo. La tristeza ha desaparecido. Algo en la mirada de Ana le devuelve una tremenda confianza.  Amanece,    Mario se acerca a ella  y le coge la mano. Nota que ella tiembla y la siente  más vulnerable que nunca.  El deseo de amarla y protegerla  explota en su pecho.



ANA y MARIO

Ana acomoda la almohada debajo de la cabeza de Mario. Le trae un vaso de agua y le ayuda a tragar sus  pastillas. Mario respira tranquilo mientras observa el largo ritual de Ana antes de acostarse a su lado. Ana apoya la cabeza en el pecho de su marido mientras mira al techo. Ninguno dice nada.  Al rato se oyen  ronquidos.  Ana levanta la cabeza y sonríe al ver temblando  los hoyuelos de Mario. Se saca la dentadura y la deja en un vaso de agua en la mesilla. Mecida por los ronquidos bosteza profundo. Antes de quedarse dormida mira de reojo a  Mario y piensa: él sabe quién soy.







sábado, 2 de febrero de 2013

MORDER EL CIELO


No sé dónde leí que los indios de Norteamérica habían perdonado al  hombre blanco la destrucción de su pueblo sólo por el regalo del caballo. Los indios reconocieron en el espíritu del caballo  a un hermano. Fascinante.  La gente sueña que vuela, yo sueño que cabalgo.  Los caballos son fuerza, son belleza…libertad, ternura. Tienen una mirada profunda  y a la vez llena de honestidad. Hay tanta nobleza en su manera de moverse… me gustaría poder volver a conectarme con ellos…poder formar parte de su día a día…poder acariciar una crin… sentir su respiración… fundirme como una india salvaje atravesando esta llanurablanca. Si cierro los ojos puedo conseguirlo. Si los cierro aún más puedo ser una yegua blanca. Pasto tranquila en la mitad de un bosque. Con mi cola larga y enredada juego con dos mariposas. El sol se cuela entre el espeso ramaje de las copas de los árboles. Huele a tierra mojada. El viento me despeina la crin. Camino adentrándome en el bosque cada más tupido. Busco un sitio seco y mullido donde tumbarme a descansar. Encuentro un sitio confiable y me tumbo… El sol me despierta. Perezosamente me incorporo en  mis cuatro patas y miro alrededor. Mi cuerpo decide salir de este bosque. Llego a un valle enorme. Ummm comida. Mastico durante una infinidad de instantes y empiezo a pasear. Estoy llena de energía, de fuerza,  empiezo a correr por este valle infinito. Juego con el viento, con el cielo… me paro extenuada, mi corazón late rápido. Este valle no termina nunca, pero si sigo corriendo tocaré el horizonte y morderé el cielo.  Persigo a una nube despistada en esta clara mañana. Se oye un sonido apabullante…viene de lejos, pero empieza  acercarse. Me paro alerta y tenso las orejas. Direcciono mi hocico hacia el sitio de donde viene el ruido. Lo que veo me pone  los pelos, desde la cerviz a la grupa, de punta. Una manada de caballos corre hacia el valle. Es como si una montaña entera se desplazara hacia mí. A través del polvo que levantan distingo crines del color del sol. El corazón me late desbocado. Espero paciente con los corvejones alerta. El ruido lo envuelve todo. Cada vez están más cerca…espera, espera… tenso aún más mis patas traseras… ahora…salto hacia delante y comienzo a  correr como loca, corro ciega  y en un instante desaparece el atronador ruido. Silencio. Sólo correr. Silencio. Una cúpula de polvo nos rodea. Mi paso ya no es mío, es el de la manada. Ahora sí...ahora morderé mi pedacito de cielo, pero no lo haré sola.

GABINETE DE CRISIS

Son las tres de la madrugada y el gabinete ha decidido reunirse. Están sentados en círculo…veo una chica en el centro. Comienza hablando un señor muy educado; sus palabras tienen mucho peso y parece hacer creer a los demás que la reunión será breve. Pero justo al tomar asiento se levanta otra persona. Esta persona es… no sé cómo definirla, arisca quizás. Sus palabras inquietan al resto. Al sentarse, de forma automática se levantan dos señores. Están muy enfadados y hablan a la vez. Lo que dicen tiene todo el sentido o ninguno, es difícil saberlo porque se pisan y contradicen continuamente. La chica del centro empieza a difuminarse. Los dos señores se sientan y de pronto se levantan tres más gritando y amenazando al resto. La chica del centro se hace transparente, casi puedo ver a las personas sentadas tras ella. De pronto todos los reunidos se ponen en pie y gritan. Gritan tan fuerte que es difícil entender cada argumentación. No lo resisto y me tapo los oídos. La chica se pone en pie. Sus ojos están cerrados, su respiración es agitada…un momento, no tanto, parece que empieza a respirar más profundo. A medida que respira con más calma su imagen densifica, ya no puedo ver a los que gritan tras ella. Me arriesgo a oír de nuevo y ya no se oyen voces, sino un ronroneo desagradable, perturbador. Tampoco distingo a las personas reunidas, es como si sólo pudiera ver el círculo que conforman. Algo se enciende en el pecho de la chica, un vórtice que comienza a aspirar todo lo que hay alrededor. Tengo que agarrarme a algo si no quiero que me succione. Los reunidos empiezan a entrar en el pecho de la chica absorbidos por esa especie de tornado. Si no me agarro a algo ya yo terminaré igual. De pronto la fuerza de absorción desaparece y caigo al suelo agotado. La chica me mira y sonríe. 
YO: ¿qué ha pasado?

 
CHICA: eso no importa… cuándo lo experimentes entenderás para qué ha pasado.