ANA
El coche levanta el agua del charco dejando a Ana
empapada en la parada del autobús. Una mala leche profunda empieza a gestarse
en su garganta cuando ve que el coche para
y da marcha atrás. La ventana del copiloto baja y Mario empieza a excusarse: que si no la ha visto, que qué
horror de día, que si anda perdido
buscando el chalet dónde asistirá a un
curso de…Ana barrunta mandarlo a la mierda. Luego se fija en el par de hoyuelos
que marcan la cara de aquel chico y
decide que le cae simpático. Abre la
puerta del copiloto, se sienta a su lado y mientras se pone el cinturón le
explica que ya que ella también va a aquel
curso lo mejor es ir juntos. Mario sonríe y sin decir nada arranca el
coche. La lluvia apenas deja ver el camino. Él
le hace preguntas y aunque no es muy habladora Ana responde con su
seguridad categórica. Por fin llegan al
chalet y bajan del coche con la sensación de que han decidido hacer el
curso juntos. Durante el fin de semana todo el mundo asume que ellos ya
se conocen.
MARIO
Mario no volverá a estudiar para los demás. Ha elegido ese
curso porque cree puede ser divertido. La chica se le sube al coche
con una seguridad apabullante. Durante el trayecto descubre que Ana tiene las
cosas realmente claras. Mario no sabe por qué, pero se le hace natural trabajar con Ana, hacer equipo con ella en la
mayoría de las actividades, compartir apuntes
con ella…le sorprende la facilidad con la que se hace su amigo durante el fin de
semana.
ANA
El domingo por la tarde Mario le lleva de vuelta a su casa. Se despiden con un hasta pronto. Antes
de cerrar la puerta Ana se vuelve y ve en los ojos de Mario que ella le
gusta. Cierra la puerta y
aunque no es engreída, aquello le parece perfectamente natural. No piensa si a
ella le gusta Mario, no está en sus planes tener novio. El siguiente fin de semana quedan para ir juntos y la mirada de Mario sigue igual. A Ana le hace gracia que él sea tan sincero con sus
sentimientos. Si a ella le gusta alguien intenta disimular y barrunta la
mejor estrategia para gustar al susodicho. Pero Mario se comporta
espontáneamente y muestra sus defectos
sin vergüenza. No parece querer pavonearse o venderse delante de ella. Lo único
es su mirada que dice: me llamo
Mario me gustas y sé que lo sabes.
Ana se siente cómoda con Mario y no piensa en ello. El curso une mucho a la gente. A la noche se
quedan hablando alrededor del fuego
hasta las tantas. Ana ha hecho algún
amigo, pero al final de las veladas Mario y ella se quedan hablando algo apartados
del grupo. Ana descubre en Mario una forma nueva de ver la realidad. Él habla
de diversión más que de salidas laborales. Si Ana habla del futuro, a él parece no
preocuparle y habla de aprender divirtiéndose. A Ana le
avergüenza admitir que la razón
por la que ha hecho el curso es para rellenar currículum y cumplir su
exigencia de productividad anual. Le
gusta la visión de Mario, pero le es inevitable desconfiar de ella. ¿Qué pasa con
los deberes y las responsabilidades? La idea de rendirse a este nuevo enfoque
la tienta, pero una voz en su cabecita le advierte que no debe bajar la guardia.
MARIO
El curso está cumpliendo todas sus expectativas. Mario se lo pasa bomba, ha conocido a gente
con sus mismas inquietudes y lo mejor de todo, ha conocido a Ana. Se siente seguro a su lado. Su determinación
a la hora de tomar decisiones, su manera de ocupar su lugar de forma tajante,
pero silenciosa... Su manera de
escucharlo. Se siente
atraído por ella. Le es
inevitable y no puede disimularlo. Sin embargo no está impaciente como le ha pasado con otras
chicas. Quizás saber que el curso dura seis meses le da la tranquilidad de que se verán sin necesidad de forzar ningún encuentro, pero… es algo más. Ana no da señales de corresponderlo e inexplicablemente
aquello no le preocupa. Es sábado y han salido
a tomar una cerveza en el pueblo en vez
de quedarse como siempre en el
chalet. Mientras ríen y
beben entran en el bar unos tipos raros con ganas de pelea.
Los músculos de Mario se tensan y se acerca a Ana para protegerla. Ana no parece advertir el peligro y no nota el cambio en Mario. Al rato los tipos
se van después de decir cuatro tonterías, pero él tarda un rato en volver a la
calma. Mario queda sorprendido por su
reacción. Otro día, durante una de las actividades reacciona parecido. Todos tienen que contar algún momento de sus vidas en el que se hayan sentido vulnerables. Cuando le toca el turno a Ana, ella cuenta
una anécdota muy peculiar. A los quince
años sacó un 4,5 en un examen de
filosofía y por ello se sintió vulnerable. Luego se queda callada, ajena al
extraño silencio tras su intervención. Aunque la tónica general es la del
respeto, la intervención de Ana no ha
caído muy bien. Otros compañeros han
salido antes a contar anécdotas muy íntimas,
por eso la de Ana se entiende como una forma de no corresponder a la
confianza dada. Ella, con la seguridad que la caracteriza, no parece darse cuenta de la incomodidad que ha creado.
Mario sin pensarlo sale y cuenta una anécdota con la suficiente dosis de humor como para
aminorar la sensación violenta que se ha generado. La gente ríe y la energía
cambia, pero Mario se pregunta por qué
lo ha hecho. Observa a Ana y le
llega una mezcla de seguridad e inocencia que se le hace irresistible. Él sabe que ella ha compartido honestamente uno de sus
momentos conscientes de vulnerabilidad. Mario se da cuenta es capaz de ver cosas en Ana que los demás no
ven.
ANA
Es el último día del curso. Están
haciendo una dinámica de grupo y Mario sale voluntario. Empieza a contar su mejor verano
cantando y la gente se parte de risa.
Ana también ríe mientras él sigue cantando y haciendo un ridículo espantoso. Ana
empieza a observar cómo mira toda aquella gente a Mario. Lo miran con admiración y confianza. Como si le agradecieran su manera de ser,
todo lo que ha aportado al curso durante aquellos seis meses. Ana se sorprende.
Se da cuenta de que Mario no sólo ha estado con ella en el curso, sino que se ha compartido con todas aquellas personas. Ana mira a Mario y el corazón comienza a
latirle rápidamente. Sus hoyuelos están al máximo de su profundidad…sus hoyuelos… Ana siente
que se marea. Por su mente pasan la
cantidad de momentos en los que Mario la ha piropeado, la ha abrazado de forma diferente al resto, o como
siempre la tiene en cuenta para todo. Un
pensamiento aparece en su mente: él sabe
quién soy. La naturaleza de esta idea la conmueve y esconde la cara entre las
manos. Llega la noche y van a tomar una
cerveza de despedida en uno de los bares del pueblo. Ana está intranquila, ahora no sabe cómo comportarse con Mario. Habla con unos y otros comentando lo genial
que han sido estos seis meses y se dan los mails para no perder el contacto.
De vez en cuando busca a Mario entre las cabezas y lo sorprende mirándola. Ana
disimula su temblor en las piernas e intenta volver a la conversación en la que
está con la mayor naturalidad posible. Al instante vuelve a buscarlo y cuando lo mira sin que él la mire una sensación de euforia se
instala en su estómago. Se le hace
insoportable no estar hablando con él, no estar riendo con él, no estar junto a
él… el pensamiento de que la llevará a casa en coche es lo único que la consuela. Al menos ahí estará
sólo para ella. La gente va retirándose y al final quedan unos pocos. Se acerca al grupo donde
está Mario. Cómo siempre él habla y los otros ríen. Ana respira inquieta la calidez que él emana. En un momento se hace el silencio y aparecen los comentarios anteriores a cualquier
despedida. Ana se pone nerviosa y termina de beberse la cerveza que lleva en la
mano. Cuando Mario la mira directamente a los ojos no sabe de dónde saca la
fuerza para decirle: ¿Qué? ¿Nos tomamos tú y yo otra?
MARIO
Es el último día del curso, y a pesar de su aparente alegría, Mario está
triste. Ha pasado la noche inquieto, intentando analizar de donde viene su desazón…no, no está preocupado por lo laboral…es …es Ana. ¿Qué pasará ahora con ella? ¿Cómo harán
para verse? No se ha sentido ansioso el
tiempo entre encuentro y encuentro porque sabía que llegaría el viernes, la
recogería y estaría con ella hasta el domingo por la noche. Pero ahora tiene
miedo de que Ana vuelva a su rutina de
deberes y responsabilidades y se olvide de él. Mario sabe que el mundo de Ana es aún pequeño. Ella tiene veintidós años y vive con sus padres. Toda su
energía se centra en su carrera. Mario intuye que en su
cabeza se mezclan con la misma intensidad su presión por destacar con su
presión por contribuir a un mundo mejor. Debajo de todo aquello él puede ver a Ana. Ana radiante en su silencio y tan
inocente que es imposible no quererla. Sí, Mario quiere a Ana, la quiso a las
tres semanas de conocerla. Por eso cuando Ana, el último día de curso, le
suelta: ¿Qué? ¿Nos tomamos tú y yo otra? Mario piensa que está borracha.
ANA
Ana pide un par de cervezas para los dos rezando porque
la voz no le tiemble. Mario le dice que la nota distinta y Ana se contiene para no lanzarse a sus brazos de la forma más
patética. Mario le habla de la cantidad
de posibilidades que se le han abierto
tras el curso y esa aparente normalidad ayuda a Ana a pisar tierra de nuevo. Siguen bebiendo y hablando durante varias horas hasta
que los echan del bar. Demasiado borrachos para ir en coche deciden
pasear. Ana odia que el amanecer la sorprenda tras una noche de
fiesta, pero hoy es diferente. Se sientan sobre un muro de piedra, cerca de las últimas casas del
pueblo y el sol sale mientras
charlan. Ana está feliz. Se queda
callada un momento y Mario le coge la mano. Ana siente vértigo… la embarga una
sensación de profundo cansancio, pero por primera vez en su vida no tiene miedo
de rendirse.
MARIO
Mario camina feliz entre las
calles del pueblo. La tristeza ha desaparecido. Algo en la mirada de Ana le devuelve
una tremenda confianza. Amanece, Mario se acerca a ella y le coge la mano. Nota que ella tiembla y la
siente más vulnerable que nunca. El deseo de amarla y protegerla explota en su pecho.
ANA y MARIO
Ana acomoda la almohada debajo de
la cabeza de Mario. Le trae un vaso de agua y le ayuda a tragar sus pastillas. Mario respira tranquilo mientras
observa el largo ritual de Ana antes de acostarse a su lado. Ana apoya la
cabeza en el pecho de su marido mientras mira al techo. Ninguno dice nada. Al rato se oyen ronquidos.
Ana levanta la cabeza y sonríe al ver temblando los hoyuelos de Mario. Se saca la dentadura y
la deja en un vaso de agua en la mesilla. Mecida por los ronquidos bosteza
profundo. Antes de quedarse dormida mira de reojo a Mario y piensa: él sabe quién soy.