Madres cantando en una cueva a la luz del fuego.
Lágrimas.
Mi cuerpo es de Ella.
Porque Ella me ha parido y me pare.
Mi sangre es de Ella.
Mi Ser es de Ella.
Muchos nombres, muchos rostros:
Madre Tierra,
Isis,
Magdalenas...
La veo en cada mujer.
La veo en cada hombre... a Ella.
Y al reconocerla a Ella, Él renace en mí Alma.
Él... este guerrero de Justicia.
Valiente, honorable, tenaz.
Viajero del tiempo.
Un León de Dios.
Un León, al servicio de Ella.
Que vino aquí por Ella.
Guardián de la Tierra.
Amante de Ella.
Hoy este guerrero planta su rodilla ante Ella,
y con una mano en el pecho clama:
¡Gloria a mi Padre en los Cielos y en la Tierra Gloria a ella que todo lo consuela!
Y así todo es Uno en la belleza del Hogar.
Entre las legiones del Arcángel San Miguel, hubo una vez un guerrero de Dios. Este guerrero sin nombre alzaba sus alas y blandía su espada azul para llevar su luz siempre que Dios llamaba. Este guerrero siempre daba un paso al frente y siempre se ofrecía voluntario al servicio de la luz. Guardaba en sus alas miles de batallas, pero siempre miraba al frente. Siempre.
Valiente. Tenaz. Honorable. Salvaje. Fuerte. Eterno. Viajero del tiempo. Puro poder del Altísimo. UN LEÓN DE DIOS.
Este guerrero vuelve hoy a casa. La torre de Tor es el cuartel general. Va subiendo con energía hacia ella, pero a medida que se acerca se da cuenta de cuán cansado está. Al llegar se arrodilla con su espada azul en la mano y espera indicaciones. Miguel se acerca y pone una mano en su espalda. Poco a poco se acercan ángeles y lo hacen pasar. El guerrero cansado se deja acoger, mientras repite una y otra vez las mismas palabras en susurros. Es una letanía que sale de su corazón, de una cicatriz profunda. Es una pregunta, pero no quiere respuesta. Tan sólo, se ha dado, por fin, el permiso de reclamar algo para sí:
- Where is She?, where is She? , repite, mientras recibe el permiso para descansar.
Poco a poco la torre se llena de legiones de ángeles del Cielo. Vienen vestidos con sus mejores galas, para honrar el camino del guerrero. Él entrega su espada y se despoja de su armadura rodeado por una brillante luz azul dorada.
Mientras tanto, abajo en el Challice Well, un parte de sí mismo observa esta ceremonia. Sentado en el banco del prado siente llegar a Yeshua y a María de Magdala. Permanecen de pie junto a él, cada uno a un lado de su espalda y ellos también miran la celebración.
El guerrero, sin apartar la mirada de la Torre, les dice:
- Ya no quiero más sufrimiento. Ya no quiero más oscuridad. Ahora quiero volver a casa.
En ese mismo instante, en un lugar también cercano, una parte de sí, se arrodilla delante de la capilla de Santo Tomás y con una mano en el pecho susurra al Cielo:
- ¡Gloria, gloria, gloria a Dios!
Los que seguimos a Jesús.