Yo estaba embarazada,
pero ya no lo estoy.
Yo llevaba una vida en mi vientre,
y mi compañero ponía su mano en mi panza con sus ojos llenos de ilusión.
Han sido dos meses.
Dos meses puede ser muy poco tiempo,
pero en este caso es toda una vida,
la vida de Ámbar.
Así hemos llamado a nuestro bebé,
este bebé que latía en mi cuerpo.
Dos meses de proyectar una familia de cuatro, una hermana para Sol, un Hogar desordenado y lleno de juguetes tirados por el suelo. Soñar con la panza creciendo, el deseo de Sol de ver mi panza creciendo, mis pechos creciendo, esas amadas tetas suyas que ahora serían para el nuevo bebé.
Tantas cosas atravesándome en lo profundo: el miedo a toda la intensidad de este proceso, al dolor del parto, a que algo vaya mal, a perder a la bebé, a que duela, a hacer algo mal... El miedo al miedo, a que la bebé sienta mi miedo... y dentro de todo este sentir el inconsciente abriéndose y yo tomando conciencia de todo lo que se mueve en un embarazo. De cómo esta luz nos atraviesa dejándonos desnudas, frágiles. Vulnerables y en contacto directo con esa soledad existencial que tod@s llevamos dentro. Sintiendo un sinfín de emociones y sensaciones que parecen incorrectas, pero entendiendo en lo profundo, la inmensa sanación para tod@s cada vez que una mujer se abre a dar vida. La certeza de que ninguna mujer debería pasar por esto sola, y la determinación de compartir más y abrirme más para no pasar por esto sola.
Las náuseas, el continuo malestar, el no poder hacer nada, el tener que comer cada hora sintiendo el amargor en la boca y el asco. El kiwi en el desayuno para poder ir al baño. El sueño, el sueño, el sueño. Todos esos pensamientos de ataque: "he de trabajar más para poder ahorrar, pero, mierda, no puedo con mi cuerpo... ¿Cómo voy a trabajar luego con la panza grande? No quiero estar preocupada por el dinero..." Y es que ninguna mujer embarazada debería estarlo, está dando vida, coño, debería ser contenida, cuidada y amparada... Dentro de mí una voz susurrándome: "Confía en la Vida, la Vida es una Madre, déjate cuidar." Y yo cayendo en los brazos de esta ternura y confiando. "A la mierda todo. Pienso disfrutar de cada instante de este milagro."
Yo soltando todo lo que no sea la ternura conmigo misma.
Y a los dos meses tu corazón dejando de latir.
Todo se para.
Vacío.
Tristeza.
No entiendo nada.
¿ Para qué?
Tú papá roto, llorando, de nuevo la tristeza en nuestro Hogar.
Yo sabiendo que mi cuerpo ha de soltar todo lo que construyó para ti, pequeña, en estos dos meses. El miedo a que duela, a que no pueda hacerlo en casa...
De nuevo pensamientos de ataque: "Ahora tengo que volver a ser productiva, ya no tengo excusa, pero me siento cansada y mi cuerpo aún ha de sangrar todo esta vida que formó, ni siquiera sé dónde estoy, dónde estaba..."
Pérdida. Desamparo.
Sin embargo, cuando escucho, en el silencio, en lo profundo, tú, Ámbar, sigues aquí. Aún no te has ido. Tú sigues aquí, porque yo te siento. Te siento pequeña. Y sigues siendo mi bebé, y yo sigo siendo tu mamá. Y te abrazo, y me abrazas. Y cuando escucho aún más profundo, sé que también eres una compañera de camino. Y te siento grande y sabia a mi lado.
Y esta alma sabia que se ha convertido en nuestra Ámbar durante un tiempito y para siempre me susurra: "recuerda la ternura, recuerda que estás siendo cuidada. Tú y yo somos hijas de una Vida que nos ama."
Y yo vuelvo a soltarlo todo, rendida a este duelo, al vacío de los días en casa, a la ternura de mi compañero cuidándome siempre con tanto amor y dulzura. Yo cuidándolo a él, acariciando su tristeza, la inocencia de su desilusión de niño abandonado, su corazón anhelando dar tanto amor y cuidado.
Y mi cuerpo comienza a hacer su trabajo de limpieza de forma natural, amable, transitando caminos que ya conoce, suave, tranquilo.
A medida que pasan los días la delicadeza toma su lugar y todo se vuelve sereno y amable.
Dos meses, sólo han sido meses, pero han sido una vida.
Una vida contigo, Ámbar,
nuestra pequeña,
nuestro bebé,
nuestra hijita de las estrellas.

Eres infinitamente amada y eres parte de esta familia para siempre, al igual que David, tu hermanito, otro bebé de las estrellas que nos acompañó 9 semanas.
Gracias.